sábado, 12 de mayo de 2007

Blanquita

El país se despertó el pasado 10 de mayo congratulándose por el nombramiento de Paula Moreno, afrodescendiente, de apenas 28 años, ingeniera y apasionada por la cultura italiana, como sucesora de Elvira Cuervo, hoy felizmente dedicada al hogar y la familia, en la dirección del señorerísimo Ministerio de Cultura. El nombramiento de Moreno sacudió a la opinión pública en torno a un debate superficial que iba del reconocimiento al racismo, dando un largísimo rodeo por los terrenos de la conveniencia y el oportunismo político. Sin embargo, una pregunta quedó por hacerse tras la nube de polvo levantada por la nueva vocación multiétnica del presidente: ¿qué es un negro? O, más bien, ¿qué significa ser negro en Colombia?

Es importante dejarnos de cuentos: a lo largo y ancho del territorio nacional no hay nada tan blanco como esos negros de Tumaco acostumbrados a enriquecerse a punta de acueductos nunca construidos, esos que llegan a sus haciendas en helicóptero y compran alcaldías y gobernaciones; los mismos que, a fuerza de malversación, han perpetuado la historia del “negro bruto.” O bueno, en vista de que tenemos a la pintoresca, dócil y servicial Blanquita del límpido JGB, podemos decir que sí hay. Por eso, deberíamos aceptar que ser negro constituye un conjunto de valores que se juegan en un terreno muy distinto al de la densidad de melanina en la piel de los afrocolombianos.

Hay una dignidad de lo negro que el país necesita. No la altanería idiota de Faustino Asprilla sino la fuerza de Benkos Biohó; menos las redondeces de Magaly Caicedo (mejor “cola” de 1998) que la melancolía de Candelario Obeso. Se trata de voces que debemos oír y que siguen calladas por nuestra propia sordera, hecha de comodísimos clichés de deportistas en desgracia, bailarinas sin ropa y cantantes de orquesta.

¿Hay tan pocos negros aquí? O tal vez están y no lo sabemos, porque son negros y no blancos con piel oscura. Por eso debemos preguntarnos ahora si es realmente negra la nueva ministra, o si, más bien, es la versión presidencial de una Vanessa Mendoza usada en el reality diplomático de Moreno de Caro.

¿Será crítica la nueva ministra, o puramente instrumental? ¿Hará preguntas enriquecedoras para la cultura nacional, o se quedará repitiendo las respuestas insípidas del teleprompter de los consejos comunitarios? ¿Fomentará a los requinteros de Puente Nacional y a los picoteros de Palenque, o nos traerá descoloridos discos de la Sinfónica con versiones estilizadas de Juanes y Cabas? ¿Será ésta una ministra de cultura o una administradora de recortes? ¿Se ocupará realmente de la producción cultural del país, o se dedicará a trapear el piso de nuestras relaciones con los ricos políticos negros de Estados Unidos ahora que nos ocupan negocios importantes?

Son preguntas que debe hacerse el país para no seguir confundiendo con democratización eso que se llama prejuicio, para no jugar más a la conveniencia de una retórica racial que podría esconder contenidos racistas. Decía Larry Holmes, excampeón mundial de los pesos pesados, que él había sido negro una vez… cuando era pobre. Pero en un país en el que Más blanco no se puede, no debemos seguir confundiendo el ser negro con el vivir negreados.

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